30 mar 2010

La succión

Querido Búho (van dos):


Como continuación a la misiva de ayer y sabiendo que, a pesar de tu ruidoso silencio, estarás preocupado por lo que te adelanté, te cuento:


Estaba citado en el Centro de Salud -el pueblo no da para Hospital- a las 8.45 a.m. para la analítica que ayer te referí. Conocedor que eres de mi proverbial puntualidad ya imaginarás que allí estaba yo, como un clavo. La sanidad pública, menos escrupulosa que yo en asuntos de horarios, me recibe cerca de las 9 a.m., que no es retraso escandaloso y encaja en la `ley del cuarto´. Lo duro fue la espera. En una salita repleta de silenciosos pacientes (ahora entiendo el subliminal sentido de los designados) yo me sentía un infante. Tal era la media de edad. Lo que me cortó la respiración, no obstante, fue ver cómo una señora tuvo que ser abanicada -en espectacular maniobra de primeros auxilios- por dos enfermeras y un médico en un intento de reanimarla tras ser pinchada en repetidas ocasiones sin encontrar el conducto sanguíneo. Palidecí, sobretodo cuando, dada la dramática situación, cerraron la puerta de la consulta que hasta entonces había permanecido abierta; sin duda para tranquilizarnos.


Pasados unos minutos, una grácil asistente sanitaria pronunció mi nombre. Cosa que me emocionó, pues ya hace mucho tiempo que ninguna dama se digna a llamarme. Entro en la consulta, les pido clemencia, les ruego que se apliquen en su trabajo con tino y esmero y cierro los ojos. "Es cosa de ná", me dice una enfermera con cara de buitre al atardecer. No le creo y saco fuerzas de donde no la hay. El médico, o enfermero que esto no lo he aclarado, me apuntilla diciendo que "los hombres no nos quejamos". Entenderás, amigo Búho, que el peso de la responsabilidad para con mi sexo me empujó a mantener el temple y la compostura. 


Y succionaron, amigo Búho, succionaron varios litros de sangre roja y hermosa. Sangre que había criado con cariño y mimo. Al observar de reojo que la enfermera con cara de buitre al atardecer tenía la jeringuilla en lo alto, me vine arriba: "¿ya está?, cierto, ha sido cosa de nada", dije con aparente indiferencia.  El reloj, a pesar de todo lo sufrido, sólo marcaba las 9.05 a.m.


La grácil asistente sanitaria me dice cuándo he de volver a recoger la información que arroje la sangre que me succionaron y la orina que les regalé. Los nervios no me dejaron oír sus instrucciones y  tuve que preguntárselo a una atenta señorita que se ocupa de la atención del cliente. "Una semana - me dijo, y continuó- pero con las fechas que  son...". Salí al quite: "pasado Sanvicente, ¿no?". "Eso"


Volví al refugio, tosté una media y me preparé un cortado. Ahora, para tu tranquilidad, estoy como una rosa en primavera.


Y nada más, amigo Búho. Aprovecha las luna llena y recibe un abrazo.


J.


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Por fin he recibido correspondencia de Búho

29 mar 2010

El día que me ordenan pasar la Itv

Querido Búho:


Tú que eres hombre de aprensiones médicas me vas a entender.


Unas placas rojas que pican como demonios y una presión dolorosa a la altura del pecho me han aconsejado visitar al médico. Los de la SS me dicen que me han cambiado al médico. No, no era médica. Creo que aquí no las hay más allá de la enfermería. Le explico a mi nuevo médico lo de las placas, lo del dolor y que todo esto no es nuevo. Hace más de 20  años que conozco mis dolores. Debe de tratarse de una alergia, le explico intentando acortar la visita. Me ausculta, me toma la tensión y me somete a una interrogatorio inquietante:


-¿Fumas?
-Sí
-¿Desde cuando?
-Desde que tuve edad para entrar a las discotecas 
-Has pensado en dejarlo
-No
-¿Cuánto fumas?
-Un paquete dos días. En jornadas normales
-¿Cuándo te fumas el primer cigarro del día?
-Después del desayuno. Ponle una hora desde que me despierto.


Deja el interrogatorio y pasa a las observaciones:


-La tensión está al limite -¿no había otra expresión?-
-¿Al límite de qué?
-De la normalidad.  -no insistí para no parecer estúpido, pero me quedé sin saber a qué se refería con lo de la `normalidad´
-Te vas a tomar tres días la tensión
-Vale, tengo un aparatito que...
-Nada de aparatitos. Aquí, con un enfermero y un informe.
-¿Algo más?
-Una analítica.

Te juro, Búho, que he oído hablar mucho de las analíticas pero no recuerdo haber visto ninguna. Pensaba que era una leyenda. Pero no, no lo es; la enfermera me ha provisto de un botecito para la primera meada del día sin ponerse roja, lo que me lleva a pensar que es algo habitual. 


-Lo de mis placas y mis dolores -le recuerdo-
-Sí, eso puede ser una alergia. Te ordenaré -¡que manía con ordenar, se creen capitanes de fragata!- una pastilla cada noche durante ochenta -¡ochenta!- días. Para empezar.
-Pero si esto se me va sólo. Fíjate que ayer lo tenia todo encendido y salí de la casa y se me paso.
-Hay quien se queja de que las pastillas producen sueño, pero no es verdad. -¡vaya el caso que me hace!
-Resumiendo: mañana te acercas para la analítica, pasado para la tensión, luego ya te daré instrucciones.


Ya entenderás, Búho, que he salido más intranquilo de lo que he entrado. Lo malo es que tengo que entrar más. 


Con la confianza de que la consulta de mi médico no se convierta en mi nueva casa, recibe un fuerte abrazo de tu amigo,


J.-

16 mar 2010

Ahora Sí

...de momento.


Pero cuidado, esto no es definitivo. El tiempo, el clima, sigue su curso y ahora toca sol pero mañana puede volverse atrás y sorprendernos con una bajada en los termómetros. Sólo a partir de la noche de San Juan tendremos asegurado los sudores.

Disfrutemos pues. Salgamos a la calle y dejémonos acariciar con este regalo.

11 mar 2010

Frío

Demasiado frío. Dentro y fuera.



El del termómetro se puede combatir. El otro, el frío que abrasa las entrañas con el calor del hielo, no lo puedes esquivar; convives con él o te ahoga el alma y la esperanza.

El tiempo que se pueda conservar un corazón envuelto en hielo depende de quién venza: si el hielo o el calor del corazón.

9 mar 2010

La Distancia

Ni un sólo momento del día

6 mar 2010

El sabor de un Beso

Lo cuento rápido, que no atropellado.

Ha sido esta noche, poco antes de despertar, de madrugada. No recuerdo quién me acompañaba, un amigo, o un socio de una sociedad inexistente. Alguien. Subimos, un ático creo. Bajamos con ella, una mujer, por la escalera. Nos retrasamos, la acorralé en un rincón de un tramos de la escalera, le cerré el paso con un palo largo. Me miró, recuerdo sus ojos brillantes; apartó el palo y me retó con sus labios húmedos y una sonrisa silenciosa. Unimos nuestros cuerpos, ella contra la pared, yo apoyada sobre ella. Era, su cuerpo, confortable; estaba, su cuerpo, ardiendo. Las bocas se buscaron.

Fue entonces, cuando nos besamos, el momento en el que supe quién era. Un beso, si es de verdad, no se olvida.

He despertado después del beso -por una vez los sueños se han portado y han permitido culminar el momento de gloria- y no he sabido ponerle nombre a ese rostro, ni siquiera rostro a esos labios, a esos ojos. Pero el beso tenia, tiene nombre. Un beso, si es de verdad, no se olvida. Y el beso le ha puesto nombre a los labios y a los ojos.

Ahora sé de quién era el beso furtivo, clandestino...sincero. Un beso de verdad. El sabor de un beso no se olvida.