Con la taza de té caliente entre las mano y arropado con una manta que distraje de Iberia, me acomodé en una hamaca con la vista perdida en el horizonte. Los instantes previos a la aparición de las primeras luces me producen un cosquilleo en el estomago difícil de explicar. Ahí estaba el primer rayo. Se abre el telón. Comienza el espectáculo.
La función que comenzaba no sólo era visual. Participaban todos los sentidos. El fresco mañanero te acariciaba la cara y te ayudaba a despajarte; el nuevo día traía sabores y olores frescos, nuevos, vírgenes y estimulantes; y toda la ceremonia estaba envuelta en un silencio que solo se rompía con el rumor de las olas y el aletear de las gaviotas. Durante unos instantes me transportaba al limbo de la vida, a un lugar donde no hay espacio ni tiempo...
Ring-ring...ring-rin...ring-ring...
¡Mierda!, había olvidado apagar el móvil. ¿Quién coño sería?. Lo dejé sonar hasta que se calló.
Ring-ring...ring-ring...ring-ring...
De todas formas el encanto del momento ya se había roto, así que saqué el teléfono del bolsillo de la chaqueta y miré la llamada perdida. No lo podía creer, era Jerónimo, el portero, llamando de madrugada. Mientras decidía si le devolvía la llamada, el teléfono comenzó a sonar de nuevo.
-Jerónimo, ¿sabes qué hora es?
-Lo siento señor, no lo he podido evitar, insisten en ir a su apartamento y como me tiene dicho que no deje subir a nadie he tenido que molestarle, aunque sabía que estaba despierto, de lo contrario no le hubiera llamado.
-Está bien, está bien -¿cómo diablos sabia que estaba despierto?, desde luego era un profesional- ¿quién insiste en molestarme a estas horas?
-Señor, ¿recuerda que en cierta ocasión le llamé al Búho de Oro para decirle que había una mujer que quería verlo?. Es la misma mujer.
-¿Quién es, cómo se llama?
-No me lo quiere decir, señor. Sólo me dice que se alegrará de verla tanto como ella a usted.
No eran horas de recibir a nadie, y menos a una mujer desconocida, pero reconozco que despertó mi curiosidad. Repasé mentalmente las mujeres que se habían cruzado en mi vida y ninguna, estaba seguro, querría volver a verme. Y por otro lado, la hora. Nadie hace una visita a las siete de la mañana, salvo que eso sea un mensaje. Pasaban los minutos sin decidirme. La voz de Jerónimo se oía por el auricular el móvil
-¡Señor, señor!. ¿Qué hago?
-Dile que no estoy visible, que me acabo de levantar.
-Se lo he insinuado antes, señor, y me ha dicho que esperará en la entrada hasta las ocho menos tres minutos
-¿Ocho menos tres minutos?. Está bien, ya te diré algo. Buenos días, Jerónimo.
Miré el reloj: las ocho menos veinte. Me metí en la ducha dándole vueltas a la cabeza, pensando quién podría ser aquella misteriosa mujer de las ocho menos tres.
Volví a mirar el reloj mientras me preparaba un café: las ocho menos seis. ¿Estaría todavía en la entrada?. ¿Qué debería hacer?. El sonido de la televisión rompió mis divagaciones. Recordé que aquella semana tenia programanda la televisión para que se conectará automáticamente a las ocho menos cinco minutos.
Una catarata de recuerdos y de promesas se repartieron entre mi mente y mi pecho. Miré el reloj: las ocho menos cuatro. Busqué desesperadamente mi móvil -¡Dios, dónde está!-.¡ El telefonillo interno, eso es!, me lancé a la entrada del apartamento, descolgué el telefonillo y toqué insistentemente el timbre de la portería. El reloj: las ocho menos tres.
-¿Señor...?
-Jerónimo, la mujer, ¿sigue ahí?
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