31 mar 2009

Un domingo sabático

Lo solía hacer cada tres meses: me tomaba una semana sabática que consistía en estar solo y mirar el mar desde mi apartamento. Mientras, la ex de Malaspulgas, la que aprendió el oficio en Yeserias, se encargaba del Búho de Oro.

Era domingo, había comprado medio kilo de morralla, algo de atún fresco, unas gambas y un calamar. Volvía de Mercadona por el paseo marítimo y la brisa del mar habia dibujado una sonrisa en mis labios. De regreso al apartamento abrí una lata de Cruzcampo y me asomé a la terraza. El ático es como un mini-loft: salvo el cuarto de baño, es un local diáfano donde se confunde la cocina, la biblioteca y el dormitorio. Un ventanal corrido da paso a una terraza mayor que el apartamento. Desde la terraza se ve el mar en toda su magnitud. Aquel dia estaba azul, sosegado, brillante, luminoso, mediterraneo.

La morralla, una cebolla y un clavo llevaban hirviendo una hora cuando cerré el fuego de la cocina. Era domingo y me iba a preparar un arroz a banda. Desde que entré en contacto con el mar mis dietas eran menos carnívoras y tomaba más pescado, además de que el arroz con conejo de mis otros domingos era difícil cocinarlo con conejos desangrados. Pero éste es otro tema. La dos, nivelé una paella donde teóricamente se cocina para cuatro raciones sobre un paellero que me regaló un amigo de Alicante y puse un poco de aceite de oliva, muy poco tomate troceado y eché los ingredientes que había comprado en el super.

Agotada la Cruzcampo me serví una copa de manzanilla la Gitana mientras esperaba a que el sofrito estuviera en su punto. Un poco de música -ese dia tocaba Pasión Vega- y una vuelta al sofrito. Cuando estuvo a punto fui dejando caer el caldo que con el que herví la morralla. Y cien gramos de arroz. Luego eché un puñadito más, tenia la impresión de que me quedaba corto. La base de la paella quedaba cubierta por un sólo grano de arroz, esto permitiría que la cocción fuese homogenea y el caldo se consumiese en toda la paella por igual. Olía bien. Comenzó a hervir el arroz, diecisiete minutos y listo.


Dispuse la mesa en la terraza, mirando al mar. Habia cortado unas finas lonchas de jamón y un poco de queso curado; unos piquitos y una Coto de Imaz, crianza, bajo de temperatura. Con la pella sacaba un platito de allioli comprado en Mercadona -nunca aprendí a hacerlo-, y me dispuse a comer.

Ding-dong...sonó el timbre de la puerta. Me volví, estuve un rato mirando la puerta del apartamento mientras pensaba si abría o no hacia caso a lo que, probablemente, no fuese más que una equivocación.
Ding-dong...sonó de nuevo. Apurando la manzanilla del catavinos descarté que fuese Jerónimo, el portero. Hoy era domingo y libraba. Una pesada losa de recuerdos y temores al pasado me tenian pegado a las silla.
Ding-dong...sin duda habrían oído la música y sabían que estaba en el apartamento. Miré la paella, miré la puerta...
Ding-dong...las llamadas no eran pesadas. Tocaban una sola vez el timbre y dejaban pasar un buen rato hasta la próxima llamada. Es como si esperaran mi decisión.

Me levanté despacio, caminé lentamente hasta la puerta y la abrí con temor hasta comprobar si seguían allí. Vi una sombra y abrí con decisión ...

Nuestras miradas tropezaron, nos paralizamos, no podíamos pronunciar palabra mientras nuestros ojos se humedecían. Así estuvimos un buen rato, hasta que un imperceptible hola salió de sus labios.

-Hola, cómo...cómo... -no sabía si preguntarle cómo estaba o cómo conocía este lugar-
-Ya sabes, al final me entero de todo. Y bien, estoy bien. Te preguntarás qué hago aquí.
-En realidad hace tiempo que no me pregunto nada
-¿Ibas a comer?. Siempre me han gustado tus comidas.
-Hay para los dos

26 mar 2009

Bolero y no bolero

Las horas de luz ya superaban las de la noche. La primavera envolvía el ánimo de los clientes del Búho de Oro.

-Me encanta la primavera chiquillo, es como un "chute" de vida. ¿No crees, Búho?
-Si tu lo dices.

Malaspulgas torció el gesto y se me quedó mirando fijamente.

-¿Qué te pasa Búho?

Malaspulgas era un izquierdista rancio, buena persona, amigo de sus amigos, y hasta de sus enemigos. Era un tipo simple hasta la ternura, pero tenia la intuición que le había dado la calle.

-No pasa nada, Malaspulgas. Será la primavera.
-No me vas a decir que te deprimen los pajaritos, el solecito y los escotes de las muchachas.
-No es la primavera, son los recuerdos de otras primaveras...Toma un bourbon y enciende un cigarro. Hoy toca bolero



-Vale Búho, si vas de tocapelotas al menos elije una depre con más ritmo.

Y cambió la música por la misma música con distinto son...el son

24 mar 2009

Malaspulgas enamorado

Las diez de la noche, cambio de turno. Don Ángel y Don Próspero se disponian a salír del Búho de Oro cuando entró Malaspulgas, que, al verlos, levantó las manos, los detuvo y con una sonrisa como no le había visto nunca puso un billete de cincuenta euros sobre la barra.

-Búho, sirve, barra libre para mis amigos. Invito yo.

El cura y el comerciante se miraron, levantaron los hombros y, sin saber qué hacer, permanecieron inmóviles hasta que Don Severo, el maestro, hizo un circulo en el aire con su dedo índice mientras me pedía que les sirviera otra ronda de lo que estaban tomando. Cura y comerciante dudaron unos instantes antes de acercarse a la barra.

-¿Qué es lo que pasa, Malaspulgas?. Te veo un brillo en los ojitos y una sonrisa que no es normal, chico.
-Estoy enamorado, Búho.
-¡Imposible, tú no puedes! -la voz profunda de Don Ángel fue acompañada de una palmetazo sobre la barra- . El amor, y por lo tanto la vida en común de un hombre y de una mujer bajo el santo sacramento del matrimonio, ha de estar encaminado a la procreación. Es básico para conservación de la especie. Y tú, Malaspulgas, disculpa que te lo diga, tú no debes de procrear
-Vamos, Don Ángel -terció el siempre conciliador Don Próspero-, Malaspulgas sólo ha dicho que se ha encaprichado de una muchacha, ni siquiera sabemos que ella le corresponda. Nada, nada, un amor de primavera. Se van con los del verano.
-No es un capricho, Don Próspero. Estoy enamorado y creo que ella también.
-¿Quién es ella? -comenzaron las reflexiones paternalistas del maestro-. Espero que sea una buena chica, aseada, de buena familia y educada.
-Denle un respiro, caballeros. Malaspulgas está feliz y nos invita a una copa. Disfrutémosla como amigos suyo que somos. La siguiente va por cuenta de la casa.

Tres rondas después me había quedado sólo con Malaspulgas.


-¿Me vas a contar la historia, amigo?
-Estas cosas pasan, Búho. No sabes cómo ni por qué, pero pasan. Y me ha pasado.
-¿Cómo la conociste?
-En realidad ya nos conocíamos, pero yo nunca me atreví a soñar que esa mujer pudiera ser para mi.
-Entonces, ¿cómo ha sido?
-De la manera más inocente, Búho, te prometo que fue de lo más inocente. Estas cosas son así. Un cafelito, una cenita, una copita...
-¡Y cayó!. Pues me alegro por ti, Malaspulgas. Ya era hora.
-Sí, ya era hora Búho, ya era hora. Anda, tomemos otra copita, pago yo.
-Y dime, Malaspulgas, ¿la conozco?
-No te enfades, Búho, pero sí.
-Enfadarme...¿por qué, quién es?
-Las cosas son así, hermano...es Pasión

11 mar 2009

Gente rara

Malaspulgas traía la vista perdida, parecia darle vueltas a algún asunto que le superaba. Se sentó en el taburete, junto a Don Severo, y se queó mirando al maestro.

-Don Severo, usted que es maestro...¿España es muy grande?
-Grande y libre, Malaspulgas. Y antes, una.
-Perdón Don Severo, para mí que Malaspulgas se refiere a la extensión.
-Sí, Don Severo, yo pregunto si tiene muchos metros cuadrados.
-¿Metros?. Veamos, España debe de andar por el medio millón de kilómetros cuadrados. Y eso sin contar Gibraltar, que nos lo robaron los ingleses
-O sea, que es grande. Y gente, ¿somos muchos?
-La población, bueno en eso estamos más cortitos que otros países de nuestro nivel, pero porque no nos incluyeron en el Plan Marsall y nos tuvimos que contener a la hora de engendrar españolitos, porque si no...
-Vale, vale, Don Severo. Total, que España es grande y estamos regular de gente.

La curiosidad empezaba a picarme. ¿Dónde querría llegar Malaspulgas?. Le serví un wisky sin pedirlo y me quedé a la espera de sus palabras. Pasaban los segundos, los minutos y no soltaba sonido, el silencio se podía cortar. Don Severo parecía satisfecho con sus explicaciones y Malaspulgas tenia los ojos entornados, los labios apretados y el rostro tenso por el esfuerzo de reflexionar en no se sabe qué.

-Esta bien, Malaspulgas, ¿nos puedes explicar de qué va esto?.
-Veras, Búho, esta mañana he estado viendo la tele, un programa de la 2, para pillar cultura. El caso es que estaban haciendo un programa de los pueblos de España y enseñaron pueblos sin mar. ¡Y vivía gente!.
-Me he perdido, Malaspulgas, me he perdido. Soy maestro -dijo Don Severo con voz segura- por eso sé que esto no tiene sentido. O explícate mejor, Malaspulgas. A ver, ¿qué tiene de extraño que haya pueblos sin playa?. Madrid, capital de la Patria no tiene playa, ni la tiene la imperial Toledo, ni la histórica León. ¿Dónde está lo sorprendente, Malaspulgas?

-No, si yo ya imaginaba que había pueblos sin mar, pero pensaba que era porque no cabían todos en al costa, pero no que los hicieran cuando cabían al lado del mar. Es raro, ¿no?
-Las razones de los asentamientos humanos en los lugares en los que lo hacen es complejo y no es cosa de explicártelo ahora, Malaspulgas. -Don Severo seguía ejerciendo de maestro, aunque se le notaba algo desconcertado-
-Búho, ¿por qué crees que habiendo sitio al lado del mar han construido pueblos en medio de la mancha?. Y otra cosa, Búho, ¿por qué siguen viviendo sin mar ni playas?. Porque hay gente, y te lo digo porque lo oí por la tele, que les gusta vivir en esos sitios rodeados de tierra.
-No te falta razón, Malaspulgas, pero ya ves, "hay gente pa to", como dijo el Guerra.
-¿Arfonso?
- No. Rafaé, el torero.
-Pues sí que hay "gente pa to", Búho, si que la hay

4 mar 2009

¿Sincera?



-Bonita canción, Búho.
-Sí, muy hermosa, pero tiene un inconveniente, Malaspulgas.
-¡Qué retorcido eres, Búho!. Si es bonita es bonita, ¡y ya está!
-Malaspulgas tiene razón, Búho, -oír a Don Próspero opinar sobre música era como tomar una fabada en Punta Umbría-
-Tampoco es para ponerse así, caballeros. Ni siquiera me han dejado decir qué le encuentro de malo.
-Pues nada, hombre, nada, ¿qué va a tener de malo?. Si hasta es la música que promociona la tierra y atrae a los guiris
-ahora entendía el interés de Don Próspero- para que vengan a dejarse las pesetillas
-Precisamente eso es lo malo, señores. Es una bonita canción, pero no puedo dejar de pensar que parte de ella no es más que un anuncio. Publicidad y propaganda, caballeros.
-Pero es bonita -se le oyó decir a Malaspulgas en voz baja-