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¡DIGA 33!
Treinta y tres, los años de Cristo. Tantos como esos hace que murió Franco. Una eternidad. Cada vez somos menos los que "recordamos dónde estábamos ese día", y algunos lo recordamos por los pelos. Las jóvenes generaciones -pienso en mi hija, universitaria veinteañera- sitúan a Franco y la guerra civil en el mismo espacio histórico que los de mi generación colocamos la guerra de Filipinas o al Conde de Romanones: en las batallitas de nuestros bisabuelos. Que vale, que sí, que hay gente que lo ha vivido como hay gente que ha vivido sin Google, increíble. Y esa es la percepción que tienen la mayoría de los españoles de menos de cuarenta.
Treinta y tres, los años de Cristo. Tantos como esos hace que murió Franco. Una eternidad. Cada vez somos menos los que "recordamos dónde estábamos ese día", y algunos lo recordamos por los pelos. Las jóvenes generaciones -pienso en mi hija, universitaria veinteañera- sitúan a Franco y la guerra civil en el mismo espacio histórico que los de mi generación colocamos la guerra de Filipinas o al Conde de Romanones: en las batallitas de nuestros bisabuelos. Que vale, que sí, que hay gente que lo ha vivido como hay gente que ha vivido sin Google, increíble. Y esa es la percepción que tienen la mayoría de los españoles de menos de cuarenta.
Por eso, cuando ven a todo un juez removiendo la tierra en busca de cadáveres, se preguntan "de qué va éste". La guerra terminó hace setenta años y la dictadura hace más de treinta, y aún se hace política con los muertos, con las víctimas de la estupidez, con las víctimas de una nación estúpida que en los últimos años había salido del oscurantismo y había superado los "abrazos de Vergara" para abrazar una reconciliación sincera. Y todo comenzó con una Memoria Histórica que retuerce la memoria particular. Todos tienen derecho a recuperar la memoria de los suyos, y hasta de blasfemar contra una época maldita que habíamos acordado, con esfuerzo y generosidad, que solo la recordaríamos para no repetirla. Fraga y Carrillo sujetaron a la limón una pancarta que vitoreaba la Constitución, allá, por el amanecer del 23-F. Eso es memoria histórica.
Me alegro de que Garzón haya reculado. El dolor, y hasta la rabia, se ha de compartir con los propios, con la gente de cada uno, y no hacer de ello un espectáculo. Un espectáculo que, como ya se ha visto, incluye un aquelarre para quemar libros y puede terminar, no lo permita la providencia, con la quema de sus autores. Y vuelta a empezar.
J. Pérez Payá
J. Pérez Payá
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